MADURACIÓN EN TINTA ROJA...

| 4 de noviembre de 2010 | 1 comentarios |
Por: Diego Hernando Sosa

Uno de los componentes más importantes en la vida de un individuo y su acomodamiento dentro de la sociedad en la que está inmerso, son los llamados ritos de pasaje,  donde se dan transiciones en la posición social de la persona en la jerarquía social.  El antropólogo francés Arnold Van Gennep estudió estos pasos (1909)[1], que son procesos generalmente ritualizados y sacralizados por la cultura dominante. 

Bajo este prisma se puede afirmar que muchos actos en nuestra vida tienen ese valor de pasaje, siendo tal vez el de la presentación en sociedad de las niñas que cumplen 15 años el ejemplo más representativo. Así, estos ritos implican movilizaciones mentales, anímicas y hasta físicas en la psicología de los individuos. 

Este tema subyace en la trama del filme “Tinta Roja” (2000) del peruano Francisco Lombardi, magistral transposición de la novela homónima del chileno Alberto Fuguet. Interesante pues hay un cambio en el cronotopo del relato, narración en la que la Ciudad juega un papel muy importante (en este caso hay un desplazamiento de Santiago a Lima, aunque el papel y toma de posición respecto a la urbe latinoamericana es la misma, creando así esa “universalidad regional”, si se le puede decir así). El uso de montaje paralelo (el filme comienza con una secuencia de celebración que luego entenderemos corresponde al comienzo del tercer acto) y un frecuente manejo de cámara al hombro, así como un diseño de iluminación moderna ,le dan un aire de documental al filme.

Alfonso Fernández, joven egresado de la facultad de periodismo, llega a hacer sus prácticas en el diario “El Clamor”.  Posee las ganas y la visión ingenua de alguien que ya va a salir de la “burbuja” que supone la vida universitaria de una persona favorecida. Al principio su intención es trabajar en la sección de cultura y farándula, pero por cosas del azar termina en la sección de crónica roja, donde conoce al que será su mentor y (digámoslo así), figura paterna, Faúndez, “viejo lobo” del periodismo amarillista.

De la mano de este periodista curtido en recorrer las calles y buscar los hechos escabrosos de la vida cotidiana urbana, propios de esa ciudad que la sociedad muchas veces se niega a reconocer, Alfonso hará un viaje iniciático no sólo por el inframundo de las desgracias cotidianas de la gran ciudad, sino en su proceso de formarse como periodista y como hombre. 

He aquí el trailer de la película: http://www.youtube.com/watch?v=hrrZQU2TQJE
 
Aunque el personaje de Faúndez es muy importante, es claro que la focalización del relato está en Alfonso y su proceso de maduración, quien a la par de su progresiva adopción de las praxis propias de la sección roja, debe lidiar con el problema que tiene con su padre, famoso médico que lo abandonó cuando él era un niño. Es esta ausencia paterna la que eventualmente articulará las dos historias, ya que Faúndez cuenta con su propio secreto: en medio de toda su frialdad y sarcasmo, se desvive por su hijo adolescente que padece retardo mental.

Este crecimiento viene dado como una serie de ritos de pasajes, el cual nuestro antihéroe debe eperimentar para lograr el resultado deseado y que constituye la armazón temática del argumento. Así, Van Gennep distingue tres estadios[2] que se cumplen en el rito de pasaje, que en este caso suponen para Fernández el conocimiento de esa ciudad invisible, la que los grandes medios y la sociedad en general no quieren ver: 
1.       Una separación del estado previo: que supone el desprendimiento del Alfonso de su mamá y hermana, las figuras maternas que lo cuidaron en su paso por la Facultad.  La ruptura se hace más palpable cuando Alfonso vomita al ver el primer muerto en su trabajo de crónica roja, evento que es motivo de burla para Faúndez y los demás integrantes del equipo de reporteros de la sección Roja.
2.      Una marginación, un alejamiento: que para Alfonso se marca inicialmente en el rechazo e intentos de disuasión que el propio equipo de crónica roja (al mando de Faúndez) para que deje la sección, pues él es visto como un “pituco”, palabra de la jeringonza limeña para lo que Bogotá llamamos “gomelo”. Esta marginación se hace extensiva, al comienzo del segundo acto, a Nadia, colega en la experiencia de ser practicante, de quien Alfonso está enamorado y a la que, por su buen cuerpo, sí le asignan la sección de cultura en “El Clamor”.
3.      Una integración al nuevo estado: que de hecho se marca una vez que Alfonso acepta ser el pupilo de Faúndez, aprende sus mañas, sus vicios, sus manipulaciones, a ser indiferente ante el dolor ajeno y siempre a buscar el lado escabroso en las tragedias urbanas de los habitantes de los sectores menos favorecidos.

Es cuando Fernández llega a este nuevo estado que se detona el verdadero conflicto de la historia… Pareciera que su jefe poco a poco va dejándole la batuta de la sección. El sueño primigenio del protagonista (exclamado desde las primeras secuencias) es ser escritor… Lo que había comenzado como el cumplimiento de un simple requisito académico, se convierte en la adopción de un modelo de vida, de una cosmovisión mucha más dura e indolente, mucho más utilitarista hacia el prójimo.

Cuando Faúndez se convierte en víctima típica de una de las notas que a él le gustaría escribir, los ojos de todos los protagonistas se vuelcan hacia Alfonso como el lógico sucesor como amo y señor de la truculencia periodística: la transformación física ya está completa, ahora Fernández fuma, vive ojeroso, con los dedos en un teclado hiperbolizando las noticias. Pero contrario a lo que se pensaría, y aún después de que el editor jefe le ofrece el puesto, Fernández recapacita y decide abandonar el diario: su sueño de ser escritor no necesita que él repita la vida de Faúndez.


Esta última afirmación nos lleva a Ronald B. Tobías, teórico de la narración en el cine, quien en su libro “El Guión y la Trama”[3], define un tipo de trama como de Maduración, cuyo final normalmente muestra un mejoramiento en la cosmovisión del protagonista: 

“... es una de esas historias verdaderamente optimistas. Hay lecciones qué aprender y estas lecciones pueden ser duras, pero al final el personaje se convierte (o se convertirá) en una mejor persona gracias a aquellas” (Tobías, 187).

Es, entonces, un relato donde se habla del paso de la ingenuidad, de la inocencia, a la madurez del habitante urbano, de la compasión por la desgracia ajena. En estos relatos normalmente el protagonista es alguien joven y sin rumbo o metas definidas: Alfonso tiene una idea vaga de ser escritor y es prácticamente una metáfora de muchos que salimos de la Universidad con un montón de sueños como proyecto pero sin una idea fija de cómo vamos a lograrlos.

Alfonso se inscribe así en la llamada “universidad de la calle”, y descubre lo que es ser uno más de los insectos que viven en la ciudad, parafraseando a Van Gogh (el chofer de la sección roja), quien junto a Faúndez hacen una reflexión sobre el valor de la vida y la dureza de la ciudad cuando por primera vez Fernández los acompaña a cubrir una noticia.  


Este es un filme social y crudo que se caracteriza como uno más de los que nos tiene acostumbrado Lombardi, referente indiscutido del cine latinoamericano en los últimos treinta años. No es ni mucho menos un relato con moraleja, sino que, al igual que los protagonistas con los eventos del prójimo, nos mantiene distantes y asépticos, presenciando la maduración del personaje. Se recomienda leer la novela de Fuguet para aquellos interesados en la mal llamada “adaptación cinematográfica" y mitrar las opciones de transposición que hizo el equipo de producción peruano... Poco a poco Latinoamérica va encontrando su propia forma de contar y de representarse en cine.



[2]  Ibid.
[3] TOBíAS, Ronald B. El Guión y la Trama: fundamentos de la escritura dramática audiovisual. Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias. 1999.